Soledad y Desolación
SOLEDAD Y DESOLACIÓN, POR MARCELA LAGARDE
La soledad es la emancipación necesaria.
Marcela Lagarde, es maestra y doctora en antropología,
etnóloga de profesión. Como investigadora se dedica a estudiar la condición de
género y la situación vital de las mujeres. Diputada federal de la Cámara de
Diputados del Congreso de México. Ha
escrito numerosos libros, entre los cuales están: ‘Para mis socias de la vida
(cuadernos inacabados)’, en el que habla del tema que estamos abordando. O
‘Cautiverios de las mujeres (Cosecha De Nuestras Madres)’.
Según Lagarde, soledad y desolación no son lo mismo, pero
las confundimos. Soledad es la experiencia vital en donde el yo está en el
centro. Es un estado en el que las actividades y experiencias que tenemos, son
personales y no requieren de nadie más, ni en lo real ni en lo simbólico.
Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar
decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en
la construcción de la autonomía, porque desde muy pequeñas y toda la vida se
nos ha formado en el sentimiento de orfandad; porque se nos ha hecho
profundamente dependientes de los demás y se nos ha hecho sentir que la soledad
es negativa, alrededor de la cual hay toda clase de mitos.
Esta construcción se refuerza con expresiones como las
siguientes ¿te vas a quedar solita?, ¿ Por qué tan solitas muchachas?- hasta
cuando vamos muchas mujeres juntas-. La
construcción de la relación entre los géneros tiene muchas implicaciones y una
de ellas es que las mujeres no estamos hechas para estar solas de los hombres,
sino que el sosiego de las mujeres depende de la presencia de los hombres, aún
cuando sea como recuerdo.
Esa capacidad construida en las mujeres de crearnos
fetiches, guardando recuerdos materiales de los hombres para no sentirnos
solas, es parte de lo que tiene que desmontarse. Una clave para hacer este
proceso es diferenciar entre soledad y desolación. Estar desoladas es el
resultado de sentir una pérdida irreparable. Y en el caso de muchas mujeres, la
desolación sobreviene cada vez que nos quedamos solas, cuando alguien no llegó,
o cuando llegó más tarde. Podemos sentir la desolación a cada instante.
Otro componente de la desolación y que es parte de la
cultura de género de las mujeres es la educación fantástica par la esperanza. A
la desolación la acompaña la esperanza: la esperanza de encontrar a alguien que
nos quite el sentimiento de desolación. La soledad puede definirse como el
tiempo, el espacio, el estado donde no hay otros que actúan como intermediarios
con nosotras mismas. La soledad es un espacio necesario para ejercer los
derechos autónomos de la persona y para tener experiencias en las que no participan
de manera directa otras personas.
Para enfrentar el miedo a la soledad tenemos que reparar la
desolación en las mujeres y la única reparación posible es poner nuestro yo en
el centro y convertir la soledad en un estado de bienestar de la persona. Para
construir la autonomía necesitamos soledad y requerimos eliminar en la práctica
concreta, los múltiples mecanismos que tenemos las mujeres para no estar solas.
Demanda mucha disciplina no salir corriendo a ver a la amiga en el momento que
nos quedamos solas.
La necesidad de contacto personal en estado de dependencia
vital es una necesidad de apego. En el caso de las mujeres, para establecer una
conexión de fusión con los otros, necesitamos entrar en contacto real,
material, simbólico, visual, auditivo o de cualquier otro tipo. La autonomía pasa por cortar esos cordones
umbilicales y para lograrlo se requiere desarrollar la disciplina de no
levantar el teléfono cuando se tiene angustia, miedo o una gran alegría porque
no se sabe qué hacer con esos sentimientos, porque nos han enseñado que vivir
la alegría es contársela a alguien, antes que gozarla. Para las mujeres, el
placer existe sólo cuando es compartido porque el yo no legitima la
experiencia; porque el yo no existe.
Es por todo esto que necesitamos hacer un conjunto de
cambios prácticos en la vida cotidiana. Construimos autonomía cuando dejamos de
mantener vínculos de fusión con los otros; cuando la soledad es ese espacio
donde pueden pasarnos cosas tan interesantes que nos ponen a pensar. Pensar en
soledad es una actividad intelectual distinta que pensar frente a otros.
Uno de los procesos más interesantes del pensamiento es
hacer conexiones; conectar lo fragmentario y esto no es posible hacerlo si no
es en soledad. Otra cosa que se hace en soledad y que funda la modernidad, es
dudar. Cuando pensamos frente a los otros el pensamiento está comprometido con
la defensa de nuestras ideas, cuando lo hacemos en soledad, podemos dudar. Si
no dudamos no podemos ser autónomas porque lo que tenemos es pensamiento
dogmático.
Para ser autónomas necesitamos desarrollar pensamiento
crítico, abierto, flexible, en movimiento, que no aspira a construir verdades y
esto significa hacer una revolución intelectual en las mujeres. No hay autonomía sin revolucionar la manera
de pensar y el contenido de los pensamientos. Si nos quedamos solas únicamente
para pensar en los otros, haremos lo que sabemos hacer muy bien: evocar,
rememorar, entrar en estados de nostalgia.
El gran cineasta soviético Andrei Tarkovski, en su película
“Nostalgia” habla del dolor de lo perdido, de lo pasado, aquello que ya no se
tiene. Las mujeres somos expertas en nostalgia y como parte de la cultura
romántica se vuelve un atributo del género de las mujeres. El recordar es una
experiencia de la vida, el problema es cuando en soledad usamos ese espacio
para traer a los otros a nuestro presente, a nuestro centro, nostálgicamente.
Se trata entonces de hacer de la soledad un espacio de desarrollo del
pensamiento propio, de la afectividad, del erotismo y sexualidad propias.
En la subjetividad de las mujeres, la omnipotencia, la
impotencia y el miedo actúan como diques que impiden desarrollar la autonomía,
subjetiva y prácticamente. La autonomía requiere convertir la soledad en un
estado placentero, de goce, de creatividad, con posiblidad de pensamiento, de
duda, de meditación, de reflexión. Se trata de hacer de la soledad un espacio
donde es posible romper el diálogo subjetivo interior con los otros y en el que
realizamos fantasías de autonomía, de protagonismo pero de una gran dependencia
y donde se dice todo lo que no se hace en la realidad, porque es un diálogo
discursivo.
Necesitamos romper ese diálogo interior porque se vuelve
sustitutivo de la acción ; porque es una fuga donde no hay realización vicaria
de la persona porque lo que hace en la fantasía no lo hace en la práctica, y la
persona queda contenta pensando que ya resolvió todo, pero no tiene los
recursos reales, ni los desarrolla para salir de la vida subjetiva
intrapsíquica al mundo de las relaciones sociales, que es donde se vive la
autonomía. Tenemos que deshacer el
monólogo interior.
Tenemos que dejar de funcionar con fantasías del tipo: “le
digo, me dice, le hago”. Se trata más bien de pensar “aquí estoy, qué pienso,
qué quiero, hacia dónde, cómo, cuándo y por qué” que son preguntas vitales de
la existencia. La soledad es un recurso metodológico imprescindible para
construir la autonomía. Sin soledad no sólo nos quedaremos en la precocidad
sino que no desarrollamos las habilidades del yo. La soledad puede ser vivida
como metodología, como proceso de vida.
Tener momentos temporales de soledad en la vida cotidiana,
momentos de aislamiento en relación con otras personas es fundamental. y se
requiere disciplina para aislarse sistemáticamente en un proceso de búsqueda
del estado de soledad. Mirada como un
estado del ser – la soledad ontológica – la soledad es un hecho presente en
nuestra vida desde que nacemos. En el hecho de nacer hay un proceso de autonomía
que al mismo tiempo, de inmediato se constituye en un proceso de dependencia.
Es posible comprender entonces, que la construcción de
género en la mujeres anula algo que al nacer es parte del proceso de vivir. Al
crecer en dependencia, por ese proceso de orfandad que se construye en las mujeres,
se nos crea una necesidad irremediable de apego a los otros. El trato social en
la vida cotidiana de las mujeres está construido para impedir la soledad. El
trato que ideológicamente se da a la soledad y la construcción de género anulan
la experiencia positiva de la soledad como parte de la experiencia humana de
las mujeres.
Convertirnos en sujetas significa asumir que de veras
estamos solas: Solas en la vida, solas en la existencia. Y asumir esto
significa dejar de exigir a los demás que sean nuestros acompañantes en la
existencia; dejar de conminar a los demás para que estén y vivan con nosotras.
Una demanda típicamente femenina es que nos “acompañen” pero
es un pedido de acompañamiento de alguien que es débil, infantil, carenciada,
incapaz de asumir su soledad. En la construcción de la autonomía se trata de
reconocer que estamos solas y de construir la separación y distancia entre el
yo y los otros.