¿Y si vivimos todos juntos?


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Et si on vivait tous ensemble?. Stéphane Robelin. Francia / Alemania, 2011.

Ciertos actores de cine van madurando de forma extraordinaria y ejemplar. Por una parte, se trata de seres que tienen el privilegio de asumir papeles, de enfrentarse a roles durante semanas y meses, viviéndolos  como propios, adquiriendo en esta forma nuevas identidades, lo cual significa también, nuevos puntos de vista que probablemente van a enriquecer sus espíritus, van a significar mayor sabiduría en todo lo que tiene que ver con la vida.



 Puede que esto se dé o no, pero ahí está el potencial y muchos son los actores que capitalizan estas oportunidades, constituyéndose, incluso, en un ejemplo a resaltar. Al mismo tiempo, con la madurez, vienen nuevos roles para los actores veteranos, que en sí mismos implican lucidez y sabiduría en el comportamiento, lo cual puede convertirse en un despertar, en una especie de iluminación para el artista y para el espectador.



Es muy interesante lo que sucede cuando un director reúne a una constelación de brillantes y maduros artistas para convocarla a tratar un tema humano y desafiante, como es el de la convivencia de un grupo de personas en presencia del otro, bajo condiciones difíciles, sometido el grupo a circunstancias que se tornan sorprendentes, ya sea porque se descubren eventos y facetas desconocidas, o porque alguien se enferma, o porque las personas se van volviendo viejas, cansadas y caprichosas. Esto es lo que sucede en ¿Y si vivimos todos juntos? Verla será una ocasión para degustar una película de acciones lentas, filmada en planos cercanos muy personales, rica en gestos y en diálogos que nos van revelando las distintas personalidades, las limitaciones y los pequeños secretos de cada uno de los protagonistas.
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Stéphane Robelin ha reunido un estupendo grupo humano, todos ellos actores de vieja data, cuya presencia en forma de pequeña comunidad de amigos genera empatía y apertura en el espectador. Geraldine Chaplin luce su cara arrugada y flaca y su mirada aguda, que se ve  bien con los dichos certeros de sus personajes; Jane Fonda no pierde su belleza, ahora más serena y reflexiva; los tres hombres veteranos, Guy Bedos, Claude Rich y Pierre Richard, disfrutan gozosamente de sus papeles y transmiten claras sensaciones de realismo. Completa el cuadro la presencia del joven Daniel Brühl, quien aporta un inesperado equilibrio generacional a la historia, dejando entrever que vale la pena acercarse a la vida de los que ya han vivido intensamente, ya que pueden poseen no solamente sabiduría, sino también energía contagiosa.
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Estas personas toman la decisión de vivir juntas, evitando con su vitalidad comunitaria, que sean llevados por sus familias a centros para ancianos, en los cuales de alguna forma se pone en riesgo la continuidad de una amistad grupal que encierra una gran riqueza de vivencias y anécdotas, una sensación y una esperanza de solidaridad, pero también más de un secreto y grandes riesgos. En esas se va yendo el tiempo de la película, en forma entretenida y agradable.

Para el espectador, las películas de este tipo se tornan en espacios para la contemplación de la vida, en los cuales este puede colocarse al frente de sus propias circunstancias personales, en modo intuitivo, es decir, haciéndose y respondiéndose preguntas de impacto personal: ¿a qué vinimos a esta vida, qué haríamos en tales o cuales circunstancias, qué tanta felicidad hay en nuestras vidas, cómo tratamos a los demás?, etcétera. Nada de esto en tono moralista ni con fines edificantes o educativos, ni con intenciones de seriedad ni de cambio; más bien en tono divertido, a modo de  entretenimiento. Al fin y al cabo, se trata solo de una película.
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Y sin embargo, la huella de estas reflexiones va quedando y nos preguntamos ¿y si vivimos juntos? ¿Y si envejecemos juntos? ¿Y si fuéramos  capaces de conformar un grupo de amigos con los cuales se comparta todo, para siempre, pase lo que pase? ¿Y si somos capaces de perdonar al otro y acercarnos a la convivencia, aún si se han dado infidelidades, traiciones y fuertes cambios? ¿Hasta dónde se puede llegar, cuáles son los límites del amor humano y de la amistad?


Estas son preguntas que la humanidad podría hacerse con ventaja, dado el avance inexorable que se está experimentando hacia una vejez rica en años y abundante en soledad, hacia una sociedad pobre en contactos entre jóvenes y viejos. Vale la pena proponer alternativas, crear nuevas posibilidades provocativas y está bien que el cine explore estos espacios y nos abra las mentes.


Contemplando a este grupo de artistas veteranos, protagonistas de decenas de filmes, se aprecia igualmente una lección de permanencia y de coherencia. Esto nos puede generar inquietud, preguntas sobre el sentido de compromiso con lo que hacemos, con lo que vivimos, una búsqueda de la coherencia personal con los papeles que hemos escogido en la vida, hasta llegar a vivirlos a plenitud, más allá de circunstancias y limitaciones. Podremos estar juntos con estos roles personales por siempre, encontrando equilibrio y variedad, venciendo la monotonía, la rutina y el cansancio. 

La amistad y el grupo quizás tengan muchas de las claves para lograrlo.